La Antesala del Infierno 2

2

El Niño

Un gato…, si fuese tan fácil.

Mi madre odia los animales.

-Mire, usted, eso es lo único pa’ eso maldito ratones. – concordaba conmigo la vecina, mientras se tomaba el café que le había ofrecido.

-¿Verdad que si? – corroboraba yo mientras me sentaba con el pozuelo humeante en la mano. – Pero mami no me va a dejar.

– Y debería, ¿sabe? Doña Lucia no sabe el daño que pue’n hacé eso animale, usted, Claudia. Mire el caso de Furgencio.
-Furgencio?
-El de la calle 2.
-¿?
-El marío de Juana… el sobrino de Alberto.
– No me suena.
-El hijo de Doña Tita… que vivía primero con la hija de Ana…. la del pollero. ¿No se acuerda?
-¡Ah, sí! Ya me acuerdo. – No era cierto – ¿Qué le pasó?
– Pues que entró a la cocina, tomó un jarro y bebió agua.
Pausa.
– ¿Y?
– Murió. Un ratón se mió en el jarro.
-¡Ah!
-Así mimo. Por eso e que yo enjaguo todo ante de usarlo.
-Y-yo también. – ¡Estaba horrorizada!
Pensaba en Anita que, si bien la había acostumbrado a lavar los trastes antes de usarlos, podría pasarlo por alto alguna vez. ¡Era sólo una niña!

Una semana después, mi madre regresó a casa y el deber de «alimentar» a las ratas recayó en ella, pero el suplicio de escucharlas roer toda la noche era “obligación” de todos.
Venía de la universidad pensando en todo lo anterior. La trágica muerte de Furgencio, el insoportable y permanente roer de las ratas y sobre todo, el peligro que corría mi hija en aquel lugar, en aquellas circunstancias. No parecía tener remedio.

Estaba a unas 5 casas de la nuestra, cuando de repente, unos pequeños y peludos animalitos atravesaron el callejón correteándose. Me detuve de golpe para no pisarlos; casi inmediatamente un joven salió de la casa a mi derecha corriendo tras los animalitos. ¡Eran gatitos! 5 de ellos. El muchacho los agarró con suma facilidad, dos en una mano, dos en otra y otro apretado sobre su pecho con el brazo izquierdo.
Eran pequeños y hermosos.
Yo había tenido dos perros y dos gatos, pero nunca los había visto tan pequeños. Debí quedarme mirándolos de manera insistente ya que el joven se me acercó y se atrevió a preguntarme si me gustaban los gatos.
– Yo… prefiero los perros. Pero a mi niña les encantan los gatitos. ¡Son muy lindos estos!
-¿Quiere uno? – preguntó tendiéndome los dos gatitos de su mano derecha.
¡Oh! Malvados albures de la vida. Pensando en gatos y ratones y de pronto esto.
-De quererlos quisiera… pero mi madre odia los animales.

________________________________________

Y ahí estaba yo, de pie, frente a la casa de mi madre con el gatito en la mano escondido tras la espalda, escuchando los acostumbrados gritos y pleitos de mi madre provenientes del interior.
Indecisa.
– Debería devolverlo… pero necesitamos resolver este problema… mi madre querrá matarme… pero soportaría un pleito de mi madre a cambio de… al menos una noche de tranquilidad… no, no es cierto. Nadie soporta un pleito de mi madre…
Di media vuelta dispuesta a devolver el animalito.
– ¡Mami! – me detuvo la voz de Anita.
Anita estaba allí, de pie junto a la puerta abierta de par en par.
– ¿Qué me trajiste? – exclamó Anita emocionada y sonriente, revoloteando a mi rededor, intentando ver qué ocultaba.
Pensé mostrarle el animal, pero, por encima de la cabeza de Anita, vi el rostro siempre tenso de mi madre emerger desde la cocina sosteniendo un plátano verde en la mano a medio pelar.
-¿Quien e’, Anita?
– S-soy yo, mami.- Contesté.
– ¿Qué me trajiste, mami? ¡Déjame ver! ¡Ah! ¡Un gatito!
Anita me arrebató el animalito de la mano y corrió al interior de la casa a mostrárselo a la abuela. Yo me quedé fuera, esperando. Era más fácil correr desde allí.
– ¡Claudia! – gritó mi madre.
-Diga.- contesté aproximándome a la puerta.
-¿Es verdad que tú le trajiste ese animal a la niña?
-¡Sí, abuela! ¿No es lindo? – exclamaba Anita feliz. – ¡Ah! ¡Mira! ¡Bostezó! ¡Mami, mira! ¡Mi gatito bostezó! ¡Es lindo, mami! ¡Gracias! – Corría hacia mí y me abrazaba.
Yo sonreía sin dejar de mirar a mi madre.
– Tranquila, mi amor. Hay que ver si la abuela está de acuerdo.
Mi madre nos miraba fingiendo severidad. Era débil con Anita. Después de unos segundos de silencio, los cuales aprovechó para terminar de pelar el plátano, sentenció:
– Bueno, si ella lo cuida…
-¡Eeeh! – gritó Anita, aplaudiendo llena de alegría.
Esa noche dormimos libre del molesto ruido.

________________________________________

Y al día siguiente estando Anita en la escuela…

-Sabes muy bien que no me gustan los animales.- fregaba mi madre los trastos visiblemente molesta.
-Lo sé. – La ayudaba yo a enjuagar.
– Lo sabes, pero mira donde anda un gato.
– Podemos devolverlo en cualquier momento. Se lo dije al dueño.
– A mí lo que no me gustan son los animales sucios. Eso de limpiar la casa y encontrarte con una torreja de mierda…la casa hedionda a mierda de gato… ustedes no le traen nada bueno a uno.
– Bueno, ¿qué puedo decir? No puedo garantizarle que no cagará, mucho menos, que cuando vaya a cagar avisará para que lo lleven al baño. Después de todo, es un animal.
Mi madre dejó de fregar para lanzarme una mirada infernal.
– ¡Tu sabes muy bien lo que te ‘toy diciendo!
– Es que… no sé. ¿Qué espera que le diga? ¿Lo devuelvo?
No me responde, en cambio, continua fregando como si yo no existiera.
– Yo te aviso. – dice por fin.

________________________________________

Lo siguiente fue buscarle un nombre al gatito.

– Se llamará «príncipe» – exclamó mi hija. – ¡Ay, no, no, no! Mejor «Príncipe Yeicob»
Decía «Jacob» en inglés por la saga Crepúsculo y «Príncipe» influenciada por las películas de Disney.
– ¡No! – replicaba mi sobrinita de 12 años Luisa. – Pongámosle «William Levit»
Era el nombre del actor de novelas de sus sueños.
– «Príncipe Yeicob» es mejor.
– Ay, no. William Levit es rubio como él.
-Príncipe Yeicob!
-William Levit!
– ¡Es mi gato!
– ¡Gran cosa!
Era hermoso el gatito en verdad. Parecía un tigre, con rayas amarillas y naranjas intensas y claras desde la punta de sus orejas hasta la punta de su cola. Sus ojos ámbar, a tono con sus rayas.
– ¿Que tal «Tesoro»? – interrumpió mi madre.

Todos guardamos silencio unos segundos para voltear a verla. Mi madre continuaba frente a su máquina de coser, cosiendo como si no pasara nada.
-Es un lindo nombre para un gato, ¿verdad? – agregó.
Las chicas pronto se repusieron de la sorpresa y continuaron con su disputa.
-William Levit es mejor.
– ¡Ya dije que es príncipe Yeicob!
-Tía, ¿verdad que se parece a mi papucho? ¡Tienen los ojos del mismo color!
-Mami, Yeicob tiene el cuerpo mas bonito, ¿verdad?
– Creo que no sería prudente darle dos nombres. El animal puede confundirse. Ninguna tiene la razón.
-En tal caso, gano yo. «Tesoro» es un sólo nombre. – exclamó mi madre entre risas.
¡Y todas reímos! Era raro estar las 4 unidas fuera del estrés y la tensión que, por lo regular, sufre el morador de un barrio marginado de mi país.

________________________________________

Esto es lo que sucedió en los siguientes días:
Todas llamaban al gato por el nombre de su elección, así el gatito pasó a llamarse «William Príncipe Yeicob Levit Tesoro», en consecuencia, el pobre animal no respondía al llamado de nadie, a pesar que contaba con mas de 10 días en casa. 10 días de paz nocturna, dicho sea de paso.

– ¡No, no! No pueden seguir llamando así al gato – repliqué. – ¡Si siguen en eso, el «niño» nunca se acostumbrará a un nombre!
Al gatito pareció gustarle mi discurso, se acercó a mis pies, me miró a los ojos y maulló. Yo me acuclillé, lo recogí del piso y lo levanté con ternura.
-¿Te están torturando, bebe? – le pregunté. – ¡Me están maltratando al niño! – reprendí a las demás. De pronto se me ocurrió.- ¡Niño! Es un nombre sencillo y fácil. ¿Les parece?
Todas pusieron la cara de desaprobación. Entendí que no llegarían a un consenso. Es de inteligentes saber, que la democracia no funciona en todos los casos.
– Escuchen. Le pondremos «niño» al gato, y si alguien lo llama de otra manera, lo devolveré. ¿Ok?

Santo remedio.

Una semana después, Niño era el nombre oficial de la mascota de nuestra humilde morada. Y el respondía a este nombre como si le gustara y supiera su real significado. Y yo, preocupada ya que sabía que no podría mantener económicamente a la mascota, pero feliz, ya que los roedores y sus molestias aminoraban con el paso de los días.

Y aquí realmente empieza lo increíble de este hecho. Por favor, pongan atención. Les juro que lo que les contaré a continuación es totalmente verídico. Mi cordura está en juego. Por que, o todo lo que he visto y escuchado es cierto, o simplemente, he perdido la razón y alucino. Pero si es así, entonces todas en casa lo hacemos.
Tranquila estoy.

Capitulo 1: La Contienda                                                                              Capitulo 3: Casi Gente

Acerca de alex0925

Licenciada en Cinematografía por la Universidad Autónoma de Santo Domingo.
Esta entrada fue publicada en La antesala del infierno, Relato y etiquetada , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario